Saga Mendigos Poetas! - II

En la esquina de Roca y San Lorenzo, hay un tipo que se parece tanto a Baudelaire. Pide monedas en esa justa esquina y recita poemas a los peatones que pasan vaciando su mirada en las vitrinas de por ahí.

El jueves dijo: - Ay de las sombras! Me dejo acechar por su forma de largarme el olvido en la cara!

El viernes: - Nada hay peor que el corazón de los hombres, niña mía, déjame sólo, es tu opción más leve.

Nadie deja monedas. Nunca. Larga a sus pies una caja de zapatos con dibujos hechos en carbonilla, son amapolas y serpientes oscuras, ojos perforados en cartón vencido de mendicidad incipiente. No es pobre, lo sé por su cara aseada y su forma de saludarme en la mañana, es educado y quieto, lo pienso siempre camino a la facultad, sus formas calmas y sus versos no me dicen nada: aprendí a odiarlo con cada paso, me propuse discutir alguno de sus poemas más sentidos (todos saben la mella que hace esto en los poetas, sean o no como Baudelaires sentados por las calles).

La mañana del domingo es terrible para mí y para todos, esperé que esta circunstancia me diera impulso para largar todo mi desprecio en su sonrisa blanca e imbécil, y si no por eso, por el tiempo de furia acumulado, (ahora desentiendo la razón de mi odio primero), su paciencia a pesar de todo me lastima en silencio. Lo hice, tantas veces evado mis compromisos, esta vez me hundí en la inercia de los más oscuros sentidos, en el rencor como una forma elevada de la justicia, en el terror a la costumbre y a los versos que ya nunca deberían de escribirse ni decirse.

- Ese tipo de letra ya no vale la pena – dije – piense que ya nadie lo hace, nadie, la gente pasa, se deja pasar, tiene que entender, nadie ya lo hace, lo juro. Y si no por eso, por dignidad al espíritu, hay que saber cuando ya fue suficiente.

Los mendigos se saben por encima de las cosas, aunque no sean más que aspirantes, falsos pobres que quieran de la atención como un sustento a los pasos, lo dudé en un principio, ahora lo sé. Del tiempo y de mis formas tristes, de mis dudas simples, idiotas, me miró, los ojos de los hombres son a veces distintos, en su acto de presenciarme sentí el golpe del desgano y de los años, me supe torpe, hablando de cosas que no entendía, cuestionando asuntos que nada tenían que ver conmigo.

Ah de las quimeras, los dueños del pasado, las pasiones que llevan a la locura! - dijo

Nada más hubo entre los dos, ya todo había terminado. El país del desconcierto es el peor de todos, por su naturaleza de tierra vacía, con sombras gritando por detrás de los umbrales. El mendigo lo entendió mucho antes que yo, ya es tarde, el juego de turnos impregna nuestros roles, en dos días hay examen, aún estoy tan lejos.



XXX

DE PROFUNDIS CLAMAVI

Imploro tu piedad, Tú, el único que yo amo,
Desde el fondo del abismo oscuro donde mi corazón ha caído.

Es un universo triste de horizonte plúmbeo,
Donde flotan en la noche el horror y la blasfemia;

Un sol sin calor se cierne por encima seis meses,
Y los otros seis la noche cubre la tierra;
Es un lugar más desnudo que la tierra polar;
—¡Ni bestias, ni arroyos, ni verdor, ni bosques!

Pues bien, no hay horror en el mundo que supere

La fría crueldad de este sol de hielo

Y esta inmensa noche semejante al viejo Caos;

Envidio la suerte de los más viles animales

Que pueden sumergirse en un sueño estúpido,

¡A tal punto la madeja del tiempo lentamente se devana!

Baudalaire - Las flores del mal - 1851.

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