Un cuento - La espera


Como paso tanto tiempo sin ningún post/un post de relleno, vamos por algo mas largo, este es un cuento/relato dedicado a un profe que me contó alguna historia de Augusto Roa Bastos, al que la quiera saber avise y la pego en el blog o en facebook. Aca va el relato, también para Teru y la Caro Musa, que lo leyeron sin chistar:


La espera

A Koky Anton

Se dejó entonces llevar por el eco de los sonidos en el recinto hermético. Sus dedos rozando las paredes húmedas. La llovizna golpeando el tanque en los lados. Una nube gris en silencio, imaginó, viajaría inútil por sobre su cabeza empapada en el mismo momento en que otro golpe de madera vencida se dejara venir desde la casa más abajo. El lugar, igual: la curva breve rodeando sus brazos algo pálidos ahora por la insistencia del agua y el frío. Los había llamado jyva en los ríos de Iturbe, se había bañado con los dueños de esa otra lengua perdida por el cemento y la faena de la metrópoli, respondiendo a la sonrisa ingenua con la mueca torpe del blanco. Ahora esperaba en este presente de Asunción, los había pensado de a uno: cualquiera de los tres hombres abajo, se dijo, llevaría un fusil colgado en su hombro derecho, largaría en susurros “por aquí no”, anunciaría a través del cigarrillo ya gastado que no hay rastros de Augusto en el sótano ni en el patio trasero. El segundo no giraría la vista, más ocupado en descuartizar los cajones de la cómoda, exagerar la búsqueda y los movimientos, convulsiones violentas y concentradas en el refugio donde la única foto de los chicos en Iturbe, dónde todo era lo mismo, y el día era la calma. Porque el líder permanecería alerta y silente, apostado en la poltrona que descansa a un lado de la puerta de entrada, vigilaría el operativo acariciando automáticamente la medalla gastada de algún santo sobre su pecho, San Jorge a caballo, San Francisco atestado por pájaros grises. Sería gordo, puede que sea gordo. Arriesgó que no habría forma de que cupiera en su tanque de agua, se alegró en la sutileza de su abdomen, en la existencia y las alternativas.

Se había despertado pensando: con suerte quizás lo hayan olvidado todo, todo y a partir de hoy va a ser distinto. Somos rojos pero iguales a los otros, casi y la mañana pasó en La Redacción como las demás, terminó con el escapar y los techos, el terror y los hombres de pies descalzos. “El final a menudo sorprende” se dijo, mientras aferraba los bordes y la tapa y el rumor de sus huesos crujía agotándose en la espera y sus manos blancas. El primero, arriesgó, se divertiría ahora, muy por debajo del agua confinada, pasando el tapial de losa, el cielorraso de tablas, pateando los muebles, dibujando en la madera figuras geométricas con un cuchillo de mango corto, rombos, estrellas, polígonos corruptos como la mirada del gordo y sus ojos terribles, su manera grotesca de sonreír de lado. Porque volverían con Augusto hundido en una bolsa de yute, lo habría dicho el jefe, darían marcha al Citroen, al Ford, con el tipo adentro, porque del auto sólo sabía él un grito de ruedas rebasando el frente de la casa, el correr y las escaleras hacia la terraza a oscuras, el salto, el tanque, el agua, por alguna razón Ford, se repitió Ford con seguridad, la mínima certeza le dio consuelo frente al tiempo goteando como los cantos del tanque ahora, mientras la lluvia se adentraba por los poros y la calle, y los truenos y la furia de la noche se confundían con la furia de los tipos y el no encuentro y la espera.

En Iturbe amanece temprano, el grito de la mañana se funde con el grito de los vados, de los hombres que nacen como espigas de trigo, como el día entre los árboles sobre el río de aguas que fueron sangre, de las cañas y el azúcar. Dirigía, sintió algo similar a eso, la vela de sus pensamientos, y fue el salto temporal alivio para las piernas cansadas por la postura oblicua en las paredes curvas, observando el negro en el fondo líquido oyó (creyó oír) al gordo llegar a su punto de inflexión, alguna frase seca y de efecto: “si serán miserables” y el primero prendiendo el último cigarrillo del paquete, deseando el fin también o la aparición estridente de Augusto por la puerta, con una bolsa de pan, el cambio en una mano, la cara vencida por el desconcierto de los tres tipos en su casa. Despacio, muy despacio, no darían lugar ni tiempo a preguntas que no hacían falta, si con qué fin, y el golpe sería presto, en la base del estómago, daría un giro y caería para siempre en la bolsa de yute, en el Ford, en el rectángulo sin puntas, porque de joven no había logrado hacerse dueño de los lugares, sabía de la eterna ida y su padre en Iturbe resonaba entre la cavidad redonda que era ahora el refugio uterino de la espera: en el mundo habrá Augusto, gente que llevará tu mente como en hilos te apoderas del movimiento de la pesca, y te irás entre los botes de la coherencia, sabrás reconocer el camino falso, espero, había sabido aislar el discurso tal cual dicho, los santos observando desde el altar, San Jorge, San Francisco, tal y como observaban luego las actitudes en el partido, ese esconderse a la luz de los flashes, ese pensar en las formas y la clase que de veras hace el trabajo, forma este país desde las bases. Lo intuyó mucho tiempo después del diario y La Redacción, ahora aceptó en silencio la certeza de que finalmente el frío proseguía en su tarea lenta e implacable, movió los dedos de los pies sólo para asegurarse de su probable acierto en la idea de los pocos minutos hacia a la nada de la inconsciencia. El segundo finalmente guardaría su ira junto con sus manos en los bolsillos, y el consejo de llamar por radio a la estación le saldría como un eructo por entre los dientes perfectos, porque supo escuchar otro auto detenerse más allá del portón al Este, y las voces de los niños en los campos de caña: Augusto, Augusto, que será, será de ti, el gordo arriesgaría que sólo resta por revisar los techos y la terraza, con esta lluvia, sí, claro que sí. Cada escalón y dejó su mente vagar por entre los ritmos y los pasos, y el ascenso se volvió nítido a través de los truenos: dos tipos subiendo, la tormenta atacando los flancos del tanque, la gente tan amable en el Partido, tanto, su manera de inflar el pecho con cada texto de Augusto. Pensó en los colores tristes de las calles solas de Iturbe, en el aroma a pasto reseco, cortado, en los rostros ajados por el sol y el viento leve sobre las cañas de azúcar.




Hoy: Posts de relleno - Tema: Llego el otoño! (y algo de Carver relacionado con el otoño)


Llego el otoño!







"No me interesan los poemas bien hechos. Al verlos, mi tentación es decir: Ah, pero no es más que poesía. Yo busco algo distinto, algo más que un buen poema". (R. Carver)

Del reportaje publicado en Paris Review en 1983 (Mona Simpson y Lewis Buzbee) Traducción, Mirta Rosemberg, Diario de poesía, otoño de 1989:

El fenómeno

Me desperté destruido. Dios sabe

dónde anduve toda la noche, pero me duelen los pies.

Más allá de mi ventana, se está produciendo un fenómeno.

El sol y la luna penden lado a lado sobre el agua.

Dos caras de la misma moneda. Me levanto de la cama

lentamente, casi como un viejo que maniobra

para salir de su cama mustia en el invierno y que por un momento

ni siquiera puede orinar. Me digo

que ésta debe ser una situación transitoria.

En unos años, ningún problema. Pero cuando vuelvo

a mirar por la ventana, el sentimiento me da una estocada.

Una vez más, la belleza de este sitio me arrebata.

Mentía si alguna vez dije lo contrario.

Me acerco al vidrio y con lo que ha pasado

entre uno y otro pensamiento. La luna

se ha ido. Se ha puesto, al fin.


BiciSendas...

Estamos vivos y es lo unico que necesitamos para empezar. J.Leeds