Sosias

Conozco (pero a la vez no) a dos Mario Ortiz (y son a la vez dos Carlos Bianco)

  • El uno escribe
  • El otro ajusta luces de válvulas en enormes motores de combustión interna.

Hace falta decirlo: del primero conozco sólo los textos, del segundo sé en cambio,  la minucia y monotonía del trabajo de operario en una sinuosa línea de producción. Lo que es a Mario Ortiz el plástico de un teclado o la madera pintada del lápiz, es a Carlos una galga de calibración, una delicadísima llave Allen (que se dobla y danza). Ambos despliegan su arte como un mantel al viento, irrumpen y destruyen el silencio de un martes con el sonido de clarinete que es siempre un texto (el uno), con el suspiro exquisito de un motor de acero calibrado, susurrando como un felino en uno de los cuatro dinamómetros del E4 (el otro).
Hace falta decirlo: comparten ambos la intensidad en sus lentes aéreos, la agudeza facial, la barba rala, la ocurrencia y el despliegue. Nunca discutí con Mario Ortiz acerca de potenciales mejoras de proceso ni de modificaciones en la disposición del herramental. Eso sí lo hecho en cambio con mi amigo Carlos Bianco (¿puedo llamarlo amigo?), quien supo verme la primera vez y comprender por repetición mi naturaleza de técnico pobre, mis limitaciones de recién salido y responder entonces a preguntas obvias y sugerencias torpes con la calma de un antiguo mago de montaña, señalando los compresores con un voluminoso martillo de goma (“nunca lastimar la tapa de balancines pibe”)
Supongo el mismo cuidado maternal ha de tener Mario Ortiz con sus textos clarinete, la misma templanza para dejarlos girar libres como lo hace Carlos con el plateado diámetro de un cigüeñal.
Dios puede divertirse jugando generala todo lo que quiera, quién sabe cuánto tiempo más me llevará volver a descubrir, alguna otra de sus secretas y sutiles simetrías.

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Estamos vivos y es lo unico que necesitamos para empezar. J.Leeds