Klee- - - - - Nuevas ArmoNías
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La MuSiQUe,...
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Hojas de diario
Están en el silencio las voces de los que callan, de los que fueron y hablan para los adentros de sus cuerpos de ceniza fría.
Está el grito vacío en el silencio y la suerte de los valientes que fallaron en la promesa blanca de cambiar el mundo.
Hay muertes sembradas en este viento de seda, colores que ya no son, porque nadie espera cosa otra en estos pasajes sin tiempo.
Y si la hora llega, que sea esa distinta a las otras, que nos demuela y nos rasgue y nos queme como nidos de papel seco, en los adentros, en las voces roncas y agitadas de los mudos, de los que estaban, ya no, en los colores del pasado. Hay ira en el silencio, hay miedo que incendia y fatiga, y hay calma que se brinda como una nube, como el perdón de las almas, como la tarde ayer, con hojas de diario flotando entre los carteles.
*el tema es de Thomas Newman, de American Beauty, para días de viento.
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Chejov - Final de El Beso -`-`-`-`-`-
Ahora que ya no esperaba nada, la historia del beso, su impaciencia, sus vagas esperanzas y su desencanto se le aparecían con vívida luz. Ya no le parecía extraño que no se hubiera presentado el jinete enviado por el general, ni no ver nunca a aquella que casualmente lo había besado a él en lugar de otro. Al contrario, lo raro sería que la viera.
El agua corría no se sabía hacia dónde ni para qué. Del mismo modo corría en mayo; el riachuelo, en el mes de mayo, había desembocado en un río caudaloso, y el río en el mar; después se había evaporado, se había convertido en lluvia, y quién sabe si aquella misma agua no era la que en este momento corría otra vez ante los ojos de Riabóvich... ¿A santo de qué? ¿Para qué?
Y el mundo entero, la vida toda, le parecieron a Riabóvich una broma incomprensible y sin objeto. Apartando luego la vista del agua y tras haber elevado los ojos al cielo, recordó otra vez cómo el destino en la persona de aquella mujer desconocida lo había acariciado por azar, se acordó de sus ensueños y visiones estivales, y su vida le pareció extraordinariamente aburrida, mísera y gris.
Cuando regresó a su isba, no encontró en ella a ninguno de sus compañeros. El ordenanza le informó que todos se habían ido a casa del «general Fontriabkin», que había mandado un jinete a invitarlos... Por un instante el gozo estalló en el pecho de Riabóvich, pero él se apresuró a apagar aquella llama, se acostó y, para contrariar a su destino, como si deseara vejarle, no fue a casa del general.
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Saga Mendigos Poetas! - II
En la esquina de Roca y San Lorenzo, hay un tipo que se parece tanto a Baudelaire. Pide monedas en esa justa esquina y recita poemas a los peatones que pasan vaciando su mirada en las vitrinas de por ahí.
El jueves dijo: - Ay de las sombras! Me dejo acechar por su forma de largarme el olvido en la cara!
El viernes: - Nada hay peor que el corazón de los hombres, niña mía, déjame sólo, es tu opción más leve.
Nadie deja monedas. Nunca. Larga a sus pies una caja de zapatos con dibujos hechos en carbonilla, son amapolas y serpientes oscuras, ojos perforados en cartón vencido de mendicidad incipiente. No es pobre, lo sé por su cara aseada y su forma de saludarme en la mañana, es educado y quieto, lo pienso siempre camino a la facultad, sus formas calmas y sus versos no me dicen nada: aprendí a odiarlo con cada paso, me propuse discutir alguno de sus poemas más sentidos (todos saben la mella que hace esto en los poetas, sean o no como Baudelaires sentados por las calles).
La mañana del domingo es terrible para mí y para todos, esperé que esta circunstancia me diera impulso para largar todo mi desprecio en su sonrisa blanca e imbécil, y si no por eso, por el tiempo de furia acumulado, (ahora desentiendo la razón de mi odio primero), su paciencia a pesar de todo me lastima en silencio. Lo hice, tantas veces evado mis compromisos, esta vez me hundí en la inercia de los más oscuros sentidos, en el rencor como una forma elevada de la justicia, en el terror a la costumbre y a los versos que ya nunca deberían de escribirse ni decirse.
- Ese tipo de letra ya no vale la pena – dije – piense que ya nadie lo hace, nadie, la gente pasa, se deja pasar, tiene que entender, nadie ya lo hace, lo juro. Y si no por eso, por dignidad al espíritu, hay que saber cuando ya fue suficiente.
Los mendigos se saben por encima de las cosas, aunque no sean más que aspirantes, falsos pobres que quieran de la atención como un sustento a los pasos, lo dudé en un principio, ahora lo sé. Del tiempo y de mis formas tristes, de mis dudas simples, idiotas, me miró, los ojos de los hombres son a veces distintos, en su acto de presenciarme sentí el golpe del desgano y de los años, me supe torpe, hablando de cosas que no entendía, cuestionando asuntos que nada tenían que ver conmigo.
Ah de las quimeras, los dueños del pasado, las pasiones que llevan a la locura! - dijo
Nada más hubo entre los dos, ya todo había terminado. El país del desconcierto es el peor de todos, por su naturaleza de tierra vacía, con sombras gritando por detrás de los umbrales. El mendigo lo entendió mucho antes que yo, ya es tarde, el juego de turnos impregna nuestros roles, en dos días hay examen, aún estoy tan lejos.
XXX
DE PROFUNDIS CLAMAVI
Imploro tu piedad, Tú, el único que yo amo,
Desde el fondo del abismo oscuro donde mi corazón ha caído.
Es un universo triste de horizonte plúmbeo,
Donde flotan en la noche el horror y la blasfemia;
Un sol sin calor se cierne por encima seis meses,
Y los otros seis la noche cubre la tierra;
Es un lugar más desnudo que la tierra polar;
—¡Ni bestias, ni arroyos, ni verdor, ni bosques!
Pues bien, no hay horror en el mundo que supere
La fría crueldad de este sol de hielo
Y esta inmensa noche semejante al viejo Caos;
Envidio la suerte de los más viles animales
Que pueden sumergirse en un sueño estúpido,
¡A tal punto la madeja del tiempo lentamente se devana!
Baudalaire - Las flores del mal - 1851.
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Mas siglo XIX (a quien le importa) - Baudelaire!
XIV
EL HOMBRE Y EL MAR
¡Hombre libre, siempre adorarás el mar!
El mar es tu espejo; contemplas tu alma
En el desarrollo infinito de su oleaje,
Y tu espíritu no es un abismo menos amargo.
Te complaces hundiéndote en el seno de tu imagen;
La abarcas con ojos y brazos, y tu corazón
Se distrae algunas veces de su propio rumor
Al ruido de esta queja indomable y salvaje.
Ambos sois tenebrosos y discretos:
Hombre, nadie ha sondeado el fondo de tus abismos,
¡Oh, mar, nadie conoce tus tesoros íntimos,
Tan celosos sois de guardar vuestros secretos!
Y empero, he aquí los siglos innúmeros
En que os combatís sin piedad ni remordimiento,
Tanto amáis la carnicería y la muerte,
¡Oh, luchadores eternos, oh, hermanos implacables!
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Libros Contemporáneos
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