La pucha Ernesto...


Una partecita de Sobre Heroes y Tumbas, el capitulo XI que me gustaba de chico y parece tan actual, hay un ensayo de este grande que se llama Hombres y engranajes, esta muy bueno si tienen tiempo.

Duele un poco cuando se va este tipo de gente, aunque uno lo espere y lo entienda, lo sepa y lo acepte. No nos gustan las despedidas y eso es general y cliche y vale para todos. Dijo Bacon que la vida es el eterno retorno, que todo conocimiento es recuerdo, que toda novedad no es más que lo llano del olvido, porque la llama se va pero el calor queda, la obra y el afecto de los que miramos su esencia en un libro, en un texto, comprendimos su inquietud y su alma, entre el bullicio y el vaivén de un viaje en colectivo.


Esa noche, mientras Martín deambulaba por la ribera empezó a llover después de largos, ambiguos y contradictorios preparativos. En medio de continuos relámpagos comenzaron a caer algunas gotas, vacilantemente, tanto como para dividir a los porteños —sostenía Bruno— en esos dos bandos que siempre se forman en los días bochornosos de verano: los que, con la expresión escéptica y amarga que ya tienen medio estereotipada por la historia de cincuenta años, afirman que nada pasará, que las imponentes nubes terminarán por disolverse y que el calor del día siguiente será aún peor y mucho más húmedo; y los que, esperanzados y candorosos, aquellos a quienes les basta un invierno para olvidar el agobio de esos días atroces, sostienen que “esas nubes darán agua esta misma noche” o, en el peor de los casos, “no pasará de mañana”. Bandos tan irreductibles y tan apriorísticos como los que sostienen que “este país está liquidado” y los que dicen que “saldremos adelante porque siempre aquí hay grandes reservas”. En resumen: las tormentas de Buenos Aires dividen a sus habitantes como las tormentas de verano en cualquier otra ciudad actual del mundo: en pesimistas y optimistas. División que (como le explicaba Bruno a Martín) existe a priori, haya o no tormentas de verano, haya o no calamidades telúricas o políticas; pero que se hace manifiesta en esas condiciones como la imagen latente en una placa con el revelado. Y (también le decía), aunque eso es válido para cualquier región del mundo donde haya seres humanos, es indudable que en la Argentina, y sobre todo en Buenos Aires, la proporción de pesimistas es mucho mayor, por la misma razón que el tango es más triste que la tarantela o la polca o cualquier otro baile de no importa qué parte del mundo. La verdad es que esa noche llovió intensa y furiosamente, batiendo en retirada al bando de los pesimistas; en retirada momentánea, claro, porque nunca este bando se retira del todo y jamás admite una derrota definitiva, pues siempre puede decir (y dice) “veremos si de verdad refresca”. Pero el viento del sur fue aumentando su intensidad a medida que llovía, trayendo ese frío cortante y seco que viene desde la Patagonia, y ante el cual los pesimistas, siempre invencibles, por la naturaleza misma del pesimismo, pronuncian fúnebres presagios de gripes y resfríos, cuando no de pulmonías “porque en esta ciudad maldita uno no puede saber cuando sale al centro desde la mañana, si debe llevarse sobretodo (a pesar del calor) o traje liviano (a pesar del frío)”. De modo que, sostienen, los pobres diablos que viven en los suburbios, a una hora de tren y de subterráneo de sus oficinas, están siempre amenazados por los peligros del frío repentino o por las incomodidades de un calor húmedo e insoportable. Idea que Bruno resumía diciendo que en Buenos Aires no hay clima sino dos vientos: norte y sur.

*Sobre Heroes y Tumbas, cap XI, E.Sabato, 1961


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